Por Javier Benyo (FCS-UBA),Jimena Durán Prieto (FADU-UBA), (*)
1. Introducción La crisis del espacio público es una certeza entre los más variados teóricos sociales de los últimos cincuenta años. A grandes rasgos, los autores coinciden en que esta crisis consiste en la pérdida de una capacidad crítica que, incubada históricamente en el espacio público, se halla en vías de extinción ya sea por obra de una colonización de lo público por parte de lo estatal, o de la intromisión de intereses mercantiles distorsivos de la escena comunicativa entre pares. Dejando al margen las diferentes definiciones que dan del espacio público y de las causas a las que atribuyen su crisis, suele haber en los estudiosos de esta problemática un tinte nostálgico acerca de un pasado que es retratado en una perspectiva idílica.
Ya sea la polis griega en el caso de Arendt, la publicidad burguesa de mediados del siglo XVIII en Habermas, o las formas de sociabilidad en el dominio público durante el Antiguo Régimen para Sennett, el aparato teórico crítico severo con las formas contemporáneas que adopta la esfera pública tiende a disolverse ando se posa sobre estos objetos. Se acepta, entonces, como válida la versión que los propios protagonistas dan de aquellas instituciones. Los motivos que producen la crisis varían de autor en autor.
Para Arendt, la relevancia social adquirida por la esfera privada es el factor determinante de un borramiento de los límites claros entre privado y público, en tanto que Habermas denomina “refeudalización de la esfera pública” al proceso por el cual, debido en gran medida a la entrada de las masas en el proscenio político, las formas medievales de la notoriedad son reintroducidas en el ámbito de la publicidad. Sennett por su parte, sostiene que “la creencia de que los significados sociales son generados por los sentimientos de los seres humanos individuales” (Sennett, 1978: 419) terminó por convertir a la experiencia de estar en público en algo de índole personal y pasiva.
Nora Rabotnikof enumera algunos diagnósticos acerca de la crisis del espacio público, los cuales coinciden en mencionar una condición sumamente relevante a la hora de evaluar este proceso: el poder adquirido por los medios de comunicación de masas erosionan la capacidad argumentativa en el marco de un discurso racional. Esto tendría como consecuencia un desapego a la legalidad del estado de derecho en beneficio de una “democracia nuevo tipo, democracia de la opinión pública, caprichosa, oportunista, anárquica, y protopopulista” (Rabotnikof, 1997:71).Esta extendida certidumbre respecto de la crisis actual del espacio público servirá como punto de partido para nuestro trabajo. Sin embargo, intentaremos prestar atención a un aspecto que es descripto por varios de los autores mencionados, pero sobre el cual no parece haberse sacado las conclusiones suficientes.


El problema de la libertad en Arendt se relaciona por un lado con la violencia, estado que es definido como una instancia pre-política, y por otro lado, con la igualdad, la cual se reconoce como instancia política. En la instancia pre-política, se da como necesaria la relación del derecho del hombre de ejercer la violencia por sobre otros hombres para “liberarse de la necesidad para la libertad del mundo” (2007:44) y en la instancia política se diferencia la polis de la familia (oikos), por el hecho de que la primera sólo conocía “iguales” o “pares”, que presuponía la existencia de desiguales, que constituían la mayoría de la población. Por eso la segunda, el oikos, sólo conocía la estricta desigualdad, de la cual ni siquiera el cabeza de familia quedaba eximida. Éste tenía que salir de la esfera del oikos para entrar en la esfera de la política y ser libre. “Ser libre significaba no estar sometido a la necesidad de la vida ni bajo el mando de alguien y no mandar sobre nadie, es decir, ni gobernar ni ser gobernado” (Arendt, 2007:44 el destacado es del original).La esfera pública era de una índole absolutamente distinta a lo privado. La política, regida por la isonomía, hacía que todos cuantos participaban en la polis (los homoioi, los iguales) tuvieran derecho a decidir sobre las cuestiones comunes de la ciudad. Si la esfera privada se basaba en la más estricta desigualdad, en el dominio de oikos déspota, la esfera pública era presidida por la igualdad de aquellos que ni gobernaban, ni eran gobernados. La polis era e llugar en cual era posible ejercer el modo de ser propiamente distintivo del hombre, el bios politikos. La acción, la praxis que permitía escapar a la actividad meramente reproductiva del oikos, sólo era factible de desarrollarse en la esfera pública. Allí, el discurso reemplazó a la violencia como forma de persuasión. Al ser el bios politikos aquello que distinguía lo humano de lo animal, su modo de aparición en la polis debía también ser algo que fuera privativo del hombre, el discurso y la acción. Pero para que la polis pudiera persistir, para que la acción y el discurso pudieran ser la base de la toma de decisiones, debía permanecer restringido el número de homoioi: “un gran número de personas, apiñadas, desarrolla una inclinación casi irresistiblehacia el despotismo, sea el de una persona o de una mayoría” (Arendt, 2007: 53). El carácter público de la polis remite tanto a un espacio estructurado por el máximo grado de visibilidad delos acontecimientos, como con la pertenencia común de sus sucesos y objetos. La esfera pública crea un mundo común que, en un mismo movimiento, une y separa a los hombres. La polis relaciona a los hombres pero también los ubica, les otorga un lugar específico. Lo común consistía también en un proyecto que trascendía la existencia mortal de los hombres que constituían la polis en un momento dado. Para poder sobrevivir a finitud de la vida humana, lo común y lo público se necesitan mutuamente. Una esfera pública que trascienda los hombres que le dan vida en la actualidad requiere que lo común sea público y lo público sea común.

La Edad Moderna instaura la emergencia de un nuevo espacio que trastocará los límites de ambas esferas. Lo social aparece como un efecto de la presencia pública de las actividades económicas hasta entonces relegadas a la esfera privada. Según la tesis de Arendt: “La emergencia de la sociedad –el auge de la administración doméstica, sus actividades, problemas y planes organizativos– desde el oscuro interior del hogar a la luz de la esfera pública, no sólo borró la antigua línea fronteriza entre lo privado y lo político, sino que también cambió casi más allá de lo reconocible el significado de las dos palabras” (Arendt, 2007: 48). Si en la antigüedad, las actividades que servían para satisfacer las necesidades vitales tenían vedado el acceso a la esfera pública, en la Edad Moderna, su aparición pública es de rigor desde el momento de la emergencia de una esfera social en las que “los intereses privados tienen significado público” (Arendt, 2007: 46). Giorgio Agamben recuerda que los griegos distinguían dos formas de referirse a la vida. La zõé que expresaba el modo de vivir que era propio de todos los seres vivos y el bíos que se refería a lo específicamente humano.

La producción económica, tradicionalmente relegada al espacio doméstico, al adquirir un interés público genera una zona de contacto entre la actividad privada y el régimen administrativo del poder público que se “convierte en zona „crítica‟ también en sentido de que reclama la crítica de un público raciocinante” (Habermas, 1997: 62). Esta crítica emanada de la publicidad política tendrá como resultado un creciente cuestionamiento de los ámbitos cuya interpretación hasta entonces recaía exclusivamente en la autoridad. Esta publicidad política era heredera de la esfera pública literaria, en tanto que aplicaba sobre objetos hasta entonces vedados (la religión o la autoridad estatal) el raciocinio ejercitado en la discusión literaria en los salones (Chartier, 1995: 181).
Desde el punto de vista de Chartier, la relevancia pública de las actividades económicas no sólo no produce la decadencia de la capacidad crítica del público sino que, por el contrario, la crítica cobra un ímpetu que tiene como efecto una “politización de lo privado” (Chartier, 1995: 49), impensable dentro del esquema clásico de la relación oikos-polis.Tanto Chartier como Habermas, vinculan la emergencia de lo social con un aspecto positivo de la modernidad: la reactivación de la crítica social sobre el ejercicio del poder. Un resultado de este fenómeno es la proliferación de periódicos y clubes de discusión política cuyas reglas resultan premonitorias de las que regirán las instituciones de la democracia burguesa. Lejos de significar una decadencia de los valores clásicos, como suponía Arendt, con la aparición de los social en la modernidad se puede observar una reactivación del principio de la isonomía sumergido en el ostracismo político durante siglos enteros..
3.- La polis griega revisitada: la perspectiva de Cornelius Castoriadis.
La perspectiva de Cornelius Castoriadis es útil para pensar el modo en que pudo haberse producido esta politización de lo privado. Castoriadis parte de una premisa básica: para poder existir toda sociedad tiene que instituir un mundo de sentido del cual pueda servirse para orientarse, para organizarse y para plantear qué es valido y que no lo es, qué es posible y que no. De esta manera, la sociedad “instaura las condiciones y las orientaciones comunes de lo factible y de lo representable, gracias a lo cual se mantiene unida [...] la multitud indefinida y esencialmente abierta de individuos actos objetos funciones, instituciones [...] que es una sociedad” (Castoriadis, 1993: 327).
Esta concepción es sumamente crítica con la tradicional postura marxista que relega la institución a una construcción de la superestructura. De acuerdo a Castoriadis, Marx pierde de vista que las relaciones de producción son también instituidas y que su origen no es por lo tanto otro que la sociedad misma. Al producir esto, el marxismo no estaría haciendo más que repetir el movimiento que ha llevado a todo el pensamiento heredado a una racionalización de la heteronomía instituida, ubicando esta vez la fuente extra social de las instituciones una la base económica en la que las fuerzas productivas se desarrollan de acuerdo a una ley independiente de la creación humana.El foco principal de las críticas de Castoriadis apunta contra las concepciones funcionalistas de la institución, que incluyen al estructuralismo y al marxismo, que relegan a un plano secundario o irrelevante el papel de lo simbólico y lo imaginario en el proceso de creación de instituciones. El funcionalismo no niega la existencia de lo simbólico en la vida social, pero habitualmente lo convierte en “simple revestimiento neutro, perfectamente adecuado a la expresión de un contenido preexistente” (Castoriadis, 1989: 202). Resulta por demás evidente que las instituciones cumplen “funciones” que responden a necesidades sociales (producción, distribución, procreación) que aseguran la existencia de la sociedad, pero de ninguna manera se reducen a esto. Las instituciones son también redes simbólicas que ligan símbolos (significantes) con unos significados y los hacen valer para una colectividad dada. En el proceso de constitución del simbolismo, al contrario de lo sostenido por el funcionalismo que supone que al darse una institución la sociedad presupone todas las relaciones simbólicas que esta institución conlleva, pueden surgir nuevos encadenamientos entre significados y significantes junto con unas conexiones imprevistas y consecuencias a las que no había apuntado. Lo imaginario se sirve del símbolo para existir como algo más que una virtualidad.
No por ello lo simbólico es puro imaginario, sino que este último aparece “inextricablementetejido” al elemento que representa a lo “real-racional” sin el que es imposible pensar o actuar el símbolo. Para la existencia de la institución es necesario, entonces, un entrecruzamiento entre lo imaginario (fuente de significaciones), lo simbólico (que le permite a sociedad reunirse) y lo funcional (que le permite a la sociedad sobrevivir). Es por ello que “la institución” es “una red simbólica, socialmente sancionada, en la que se combinan, en proporción y relación variables, un componente funcional y un componente imaginario” (Castoriadis, 1989: 227-228).El modelo dinámico de institución propuesto por Castoriadis toma en cuenta no sólo lo instituido sino que también pone en relieve la existencia de la instancia instituyente, en la cual se crean significaciones imaginarias sociales e instituciones. De acuerdo al filósofo, lo instituido no se opone a lo instituyente como “un producto muerto a una actividad que le ha dado existencia; sino que representa la fijeza/estabilidad relativa y transitoria de las formas/figuras instituidas” (Castoriadis, 1993: 330). En la erosión permanente de lo instituido por lo instituyente se forja la autoalteración de la sociedad, que no es explícita, sino que está oculta para la propia sociedad por la alienación instituida; alienación que consiste en un modo de relación con las instituciones en las que estas aparecen autonomizadas de la propia sociedad.
En su aspecto social, la alienación, la heteronomía, se encarga de ubicar los fundamentos de las instituciones en alguna fuente extra social. Los héroes, los dioses, los padres fundadores, la naturaleza y, más recientemente, las leyes de la historia, han servido históricamente para ocultar la institución de la sociedad por la sociedad misma. Todo el pensamiento heredado ha fallado en la elucidación acerca de la inexistencia de otro fundamento para las instituciones que no sea la sociedad misma.
Los pocos que han alcanzado a vislumbrar esto –Castoriadis destaca a Aristóteles, Kant y Freud– han vuelto sobre sus pasos para ocultar su involuntario descubrimiento (Castoriadis, 1994). Es por ello que “una parte esencial del pensamiento heredado no es otra cosa que racionalización de esta heteronomía de la sociedad” (Castoriadis, 1993: 332). La gran contribución de Castoriadis ha sido su labor de elucidación de la fuente de toda significación; fuente que no es otra que el propio colectivo anónimo a través de la instancia del imaginario social instituyente. Desde allí, surge un flujo constante de figuras, formas e imágenes que son una creación esencialmente indeterminada. En trabajos posteriores a la disolución en 1965 del grupo Socialismo o Barbarie del cual fue un activo animador, Castoriadis desarrolla su teoría del primer sustrato natural de las instituciones. Retomando la noción freudiana de apoyo, admite que “el hecho natural da existencia a topes o limitaciones a 10la institución de la sociedad; pero la consideración de esas limitaciones no proporciona más que trivialidades” (Castoriadis, 1993: 109). La institución de la sociedad no es un reflejo del primer estrato, ni lo reproduce, ni está en modo alguno determinado por él. Encuentra allí su apoyo, una serie de condiciones, de limitaciones y obstáculos. El primer estrato debe ser, sopena de muerte, recibido obligatoriamente por la institución de la sociedad, pero puede efectuar con él una recuperación arbitraria. Es por esta razón que idénticas “condiciones naturales” han podido dar existencia una enorme diversidad de sociedades.
Para Castoriadis el objetivo de todo proyecto revolucionario debe apuntar no sólo a la creación de nuevas instituciones sino también a instaurar una relación entre lo instituido y lo instituyente que haga explícita la existencia de esta última instancia. A esta nueva relación, sele da el nombre de autonomía: un hacer explícito, lúcido y reflexivo de las leyes de un colectivo anónimo por el colectivo mismo. Tanto las sociedades autónomas como las heterónomas son un producto de la autoinstitución imaginaria de instituciones por parte de un colectivo anónimo. Aquello que las diferencia es que la autonomía es un modo de ser de la sociedad en la que ésta asume que es ella misma quien producen las normas que la rigen, ypuede, por ello, cuestionarlas en todo momento; la heteronomía, en cambio, al ubicar la ley en una fuente extrasocial, impide la interrogación respecto de las propias instituciones. El primer atisbo de autonomía aparece en la antigüedad griega con el surgimiento de la política y la filosofía, y por segunda vez, a fines de la Edad Media en Europa Occidental con la aparición de los movimientos democráticos.Al referirse a las instituciones de la antigua Grecia, Castoriadis distingue tres esferas en lugar de la dos en las que, según la tradición teórica inaugurada por Arendt, se dividía la sociedad helénica.


La concepción burguesa del Estado sostenía la necesidad de un sistema denormas continuo y estable que estuviera legitimado por la opinión pública como garantía de que no se trataba de una regulación arbitraria. Si la legitimidad de las leyes emanaba de ella era porque era un producto de un espacio en el que primaba la discusión racional de personas privadas que se consideraban iguales. El resultado de este esquema debía ser, desde la perspectiva burguesa, una disolución de la dominación. De esta manera, se propiciaba el principio que afirmaba que era la verdad y no la autoridad la que producía las leyes. La institucionalización de la esfera pública acarreó la conversión de la publicidad “en principio organizativo de la actividad de los órganos estatales” (Habermas, 1997: 118).
De esta manera, la institucionalización de la esfera pública en un poder legislativo, consiguió que la crítica ética a la política alcanzara su mayor plenitud (Rabotnikof, 1997: 48). En las democracias modernas, el Estado comienza a funcionar según el modelo liberal de la esfera pública, garantizando no sólo la autonomía a la esfera privada, sino también la subordinación del poder político a las necesidades de ésta.
En este escenario, la crítica relación entre Estado ysociedad se vislumbra en la tensión que supone que el Estado sea quien proclame la legalidad de una publicidad políticamente activa, como instancia orgánica que asegure la conexión entre la ley y la opinión pública. En tanto la vigencia de los postulados de la economía política según los cuales todos los hombres poseían iguales condiciones para obtener, mediante el talento o la fortuna, el status de propietario cuyo interés privado coincidía con el interés general, el modelo liberal de acceso a la publicidad gozaba de credibilidad: “Si cualquiera, como parecía ocurrir, tenía la posibilidad de convertirse en un „burgués‟, entonces podían tener acceso a la publicidad políticamente activa exclusivamente los burgueses sin que ello desmereciera su principio” (Habermas, 1997: 122). Para Habermas, que la esfera pública haya excluido de hecho a una porción significativa de la población, no es una razón suficiente para considerar los principios de la publicidad burguesa como parte de un discurso ideológico. Al fundarse sobre la pretensión de una accesibilidad sin las barreras excluyentes de las prerrogativas de nacimiento, la esfera pública genera las condiciones para que sus defecciones respecto de este principio (la necesidad de poseer propiedad para ingresar en ella) puedan ser criticadas a partir de la reivindicación de los postulados que ella misma contribuyó a instaurar, pero a los que también relegó al nivel de promesas incumplidas. Aquí es donde Habermas encuentra un elemento contradictorio en la institucionalización de la esfera pública. Si bien la publicidad burguesa debía crear las condiciones de un Estado de derecho, también burgués, que al limitar la dominación del poder político sobre la sociedad aumentaría la autonomía de los sujetos; la 15institucionalización de los principios de la esfera pública colaboró en la fundación de “un orden político cuya base social, sin embargo, no hacía de la dominación algo superfluo” (Habermas, 1997: 123).
En la visión de Habermas, la institucionalización tiene efectos ambiguos. Pone límites a la acción del Estado, pero al mismo tiempo aporta su cuota de legitimidad al establecimiento de un sistema en el que las formas de dominación no estaban completamente disueltas. Para otros autores, en cambio, la institucionalización de la esfera pública tiene únicamente efectos positivos. La negativa a tomar parte de las actividades estatales, es para Nancy Fraser una rémora de la concepción burguesa que sostiene una separación radical entre sociedad y Estado.
La distinción profunda de la sociedad civil y el Estado promueve la creación de lo que Fraser denomina “públicos débiles”. Estos son públicos “cuya práctica deliberativa consiste exclusivamente en la formación de opinión que no abarca a la toma de decisiones” (Fraser, 1996: 134).2
Un público fuerte, por el contrario, es aquel que combina tanto la formación de opinión como la toma de decisiones. El establecimiento de un cuerpo parlamentario soberano que reúne sobre sí estas dos características, tiende a difuminar la división entre las organizaciones de la sociedad civil y el poder del Estado. De acuerdo a la concepción burguesa, la expansión de la esfera pública hacia la toma de decisiones mina su autonomía respecto del poder al vincularla estrechamente con el ámbito estatal. Nada menos cierto, de acuerdo a Fraser. Según ella, la proliferación de públicos fuertes se traduciría en la formación de instituciones autogestivas: “En los lugares de trabajo autogestionados, los centros de cuidado de niños, o las comunidades residenciales, por ejemplo, las esferas públicas al interior de la institución podrían ser arenas tanto de opinión como de toma de decisiones” (Fraser, 1996: 135). Así, se constituirían sitios en los que se practicaría una democracia casi directa en la que todos aquellos comprometidos en una empresa colectiva participarían en la discusión y en el diseño de las decisiones.
En su concepción del espacio público Fraser hace de la institucionalización el paso necesario para la eficacia política. El público subalterno, si carece de representación política legal, se convierte en un público débil incapaz de decidir sobre la vida social. Hasta la autogestión debe obtener un lugar dentro de los órganos representativos estatales. Esta propuesta no deja exhibir ciertas contradicciones que pueden ser comprendidas mediante las teorías que critican los encorsetamientos juridicistas. Desde la visión de Castoriadis, este tipo de propuestas tienen como consecuencia la perpetuación de la heteronomía. Al ser el Estado la expresión de la alienación social gracias a la cual la propia sociedad ubica en un origen extra social la fuente de sus instituciones, y siendo que la autogestión es el modo de darse la autonomía en el terreno económico, reclamar su reconocimiento legal es reforzar las condiciones de la heteronomía. El efecto de esta demanda sería contraproducente puesto que, como afirma Rancière, “la igualdad se convierte en su contrario cuando quiere inscribirse en un lugar de la organización social y estatal” (Ranciére, 2007: 50).
Si se toman en cuenta las objeciones tanto de Ranciére como de Castoriadis, no es la representación política al interior del Estado el objetivo a alcanzar por un proyecto político quepromueva la autonomía, sino la puesta en marcha de formas de democracia directa que pongan en la picota las fórmulas representativas. Con la existencia de representantes permanentes, se arrebata la iniciativa política “al cuerpo de los ciudadanos para ser asumidas por el cuerporestringido de los „representantes‟” (Castoriadis, 1994: 118). Históricamente, el descubrimientode que es la sociedad quien crea sus propias instituciones lleva consigo una reactivación de lasformas de la democracia directa. En lugar de residir en un cuerpo representativo, la soberanía recae sobre la totalidad de las personas afectadas, y “cada vez que una delegación resulta inevitable, los delegados son elegidos, pero en todo momento pueden ser revocados” (Castoriadis, 1994: 118).
Contra el argumento según el cual las dimensiones de la sociedad actual harían imposible el establecimiento de la democracia directa, Castoriadis sostiene que si el ciudadano no se preocupa por los asuntos públicos, no se debe a que una fatalidad inscripta en la cantidad. La apatía es el producto la creación por parte de las instituciones de individuos sociales “privatizados”, para los que la actividad público-política carece de sentido (Castoriadis, 1994:88). El surgimiento del individuo privatizado, antes que el resultado de una explosión demográfica que sobrepasa enormemente los 6000 ciudadanos que podía cobijar el agora ateniense (Nun, 2000: 21), es el síntoma del triunfo de uno de los dos núcleos de significaciones sociales imaginarias que han movilizado a la modernidad. Las significaciones imaginarias ligadas a la idea de la expansión ilimitada del dominio racional se imponen por sobre aquellas vinculadas al proyecto de autonomía. La producción de modelos de subjetividad cuya “avidez, conformismo generalizado y frustración” responde a los requerimientos de la heteronomía, terminan “abonándole el terreno público a las oligarquías burocráticas, gerenciales y financieras” (Castoriadis, 1998: 96). Se puede sostener que este individuo privatizado se desenvuelve al interior de una sociedad íntima que, tal como la define Sennett, se organiza alrededor de los principios del narcisismo y la gemeinschaft destructiva, y que interpreta los conflictos políticos “en función de la actuación de personalidades políticas”(Sennett, 1978: 273). El conformismo generalizado y la pérdida de capacidad crítica se traduce en el hecho de que los oyentes de un político no desean juzgarlo sino ser conmovidos por él.
5. Conclusión
La puesta en cuestión de la existencia de una naturaleza humana acarrea algunas consecuencias considerables en el plano político. En primer lugar, este cuestionamiento al ser parte de una serie más amplia de objeciones sobre lo instituido recusa los roles predefinidos al interior de la esfera privada, al mismo tiempo que dota de una historicidad precisa a las relaciones de poder calcificadas en un forma contingente producto de luchas históricas. Puede considerarse que de no haberse modificado la relación entre las esferas privada y públicas producto de ascenso de los social, un movimiento social como el feminismo nunca hubiera podido llevar a cabo su radical rechazo por las relaciones de género dominantes. En segundo término, la recuperación de la historicidad de los procesos sociales en detrimento de su consideración como procesos naturales, permite expandir la crítica hacia lo que alguna vez tuvo un carácter instituyente y en la actualidad se encuentra estabilizado como algo instituido. Se puede producir entonces, una reactivación de la capacidad instituyente del espacio público mediante la puesta en crisis de las consecuencias que acarreó la institucionalización de esta esfera. Es así, que los teóricos abocados a darle forma a esta crítica se han concentrado en la búsqueda de alternativas al sistema de representación política impulsado por la democracia liberal. El corolario de esta propuesta ya no es, entonces, la crítica al Estado despótico sino a la forma-Estado en todas sus posibles encarnaciones. El público fuerte sería aquel que puede afirmarse políticamente en la lucha autónoma contra todas las modalidades posibles de la forma-Estado.
Las propuestas de democracia directa no carecen de detractores. Los argumentos contra las modalidades no representativas de acción política colectiva afirman que no pueden ir más allá de una decisión por sí o por no. En el contexto de una sociedad pluralista en donde es necesario evaluar múltiples variables, las resoluciones deben ser adoptadas por representantes que no pueden responder a un mandato imperativo, sino que deben tener libertad para adoptarla postura que crean más conveniente. Otro argumento contra la democracia directa es que reduce la autonomía individual al sobrepolitizar la esfera privada. La democracia directa se convierte, entonces, en una “tiranía que deja poco tiempo para la dirección de las vidas personales, privadas y autónomas” (Garnham, 1996: 365). En el cuestionamiento total de las relaciones sociales instituidas se advertiría un aspecto totalitario que violenta el derecho a una intimidad en donde los sujetos pueden desarrollarse al margen de las miradas de los otros. En la perspectiva de Garnham, la democracia directa propugna una reedición de la transparencia social absoluta que constituye el núcleo de una pesadilla totalitaria de cuño orwelliano. Todo proyecto que sospeche que las democracias representativas fomentan la alineación y, por ende, aspire a abolir el Estado estaría condenada a ser una veleidad que aspira a superar la política para plantear la mera gestión técnica de lo común.
En realidad, al sostener que la política es la actividad lúcida, deliberativa y reflexiva gracias a a cual el colectivo social anónimo se asume como el creador de sus propias normas e instituciones, el quiebre con las formas representativas no viene a abolir la política en beneficio de las técnicas de administración de lo común, sino que se propone realizar la política. Para ello, es necesario acabar con la autonomización de los representantes respecto de los representados. La multiplicidad de variables mencionadas por Garnham, no tienen que derivar necesariamente en una división del trabajo político que establezca una división férrea entre gobernantes y gobernados. Castoriadis sostiene que se puede dar cuenta de la complejidad social a través de una división de las tareas políticas, que se diferencia de la división del trabajo político en que niega “la existencia de una categoría de individuos cuyo papel, oficio e interés sea dirigir a los demás” (Castoriadis, 1998: 87).
Muchas de estas formulaciones reverberan en las propuestas actuales que apuntan a una revitalización del espacio público. Contra la idea de una representación política en el interior del Estado, Paolo Virno afirma la existencia de una multitud capaz de instaurar una democracia no representativa que se sustenta en “la concreta apropiación y rearticulación del saber/poder hoy congelados en los aparatos del Estado” (Virno, 2003: 37). Multiplicidad cuya unidad está dada por las aptitudes lingüístico-comunicativas de la especie, la multitud tiene lo común como premisa y no como promesa. El general intellect, las aptitudes comunicativas genéricas de la especie humana, al emerger a la luz pública desde los ámbitos laborales en los que oficia como recurso productivo, permite que se construya una esfera pública no estatal. La esfera pública no estatal es la manifestación de un cierto grado de subversión de las relaciones de producción capitalista (Virno, 2003: 70). Su constitución, al permitir que el general intellect posea una publicidad propia, evita que sea puesto al servicio del “crecimiento hipertrófico de los aparatos (Virno, 2003: 37). Multiplicidad cuya unidad está dada por las aptitudes lingüístico-comunicativas de la especie, la multitud tiene lo común como premisa y no como promesa. El general intellect, las aptitudes comunicativas genéricas de la especie humana, al emerger a la luz pública desde los ámbitos laborales en los que oficia como recurso productivo, permite que se construya una esfera pública no estatal.
La esfera pública no estatal es la manifestación de un cierto grado de subversión de las relaciones de producción capitalista (Virno, 2003: 70). Su constitución, al permitir que el general intellect posea una publicidad propia, evita que sea puesto al servicio del “crecimiento hipertrófico de los aparatos administrativos” (Virno, 2003: 68). En términos de Lourau, aquello que Virno promueve es una desinstitucionalización de la esfera pública con el objetivo de recuperar la capacidad instituyente perdida por obra de su recuperación estatal.
La propuesta de un espacio público no estatal, al fundarse sobre aquello que todos hombres tienen en común, el lenguaje, parece promover un ámbito que se sustenta en la absoluta inclusión de toda población. A diferencia de las posturas señaladas por Rabotnikof que, a la par de la institucionalización de la esfera pública en los procedimientos jurídicos, reivindican un espacio público “informal” (Rabotnikof, 1997: 52), la idea de un espacio público no estatal es parte de una búsqueda que puede remontar a la polis griega; una indagación de un nuevo orden político en el que los hombres se reapropian de su historia y trazan sus proyectos futuros.
Queda por pensar si esta condición lingüística compartida por el género humano puede convertirse en garantía de acción y discurso de todos los integrantes de una sociedad. Es decir ¿en qué medida no sería éste un nuevo intento que mediante la postulación de una naturaleza humana busca acabar de antemano con la cuenta de los incontados –es decir de los excluidos de la acción política por obra de la dominación social– cuyo cuestionamiento, según Ranciére, es aquello que hace posible a la política
(*)Fuente. http://webiigg.sociales.uba.ar/iigg/jovenes_investigadores/5jornadasjovenes/EJE10/Ponencia%20Benyo.pdf
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